10.20.2007

Emocionarse o No: ¿Esa es la Cuestión?



Una de las preguntas más difíciles de responder –acaso imposible de manera tajante- a la hora de valorar una película, el ser o no ser, para algunos –para mí- del cine, es la siguiente: cuando entramos a una sala, ¿debemos esperar salir emocionados al final de la proyección, ya sea llorando, extasiados de esperanza o amor, aterrados, conmovidos o perturbados, o basta con que se nos narre un buen argumento servido de una prolijidad técnica que además permita que compenetremos con la historia de tal modo que la experiencia se convierta en un genuino divertimento, aunque exento de emoción?

Qué enredo, ¿no? En resumen: ¿qué le pedimos a una película? ¿Qué deberíamos pedirle? ¿Que emocione o que se conforme con entretener nada más? ¿Las dos cosas? ¿Qué sea un vehículo de denuncia social, acaso, sin importar que sea fome y fría? Quizás la única que descarto de plano es esta última, pues para denuncias a secas ya están las noticias (que, dicho sea de paso -¿como mal periodista que soy?-, no veo jamás, a menos que estén transmitiendo en un lugar público donde no me puedo abstraer de ellas: un escritor, no recuerdo cuál, contestó una vez que no mira las noticias, que el mundo está jodido, okey, pero que no le hace falta enterarse de cada uno de los detalles; además -agregaría yo-, de las cosas verdaderamente importantes uno se entera de todas formas, por angas o por mangas).

En fin. Pero a lo que iba. Un claro ejemplo de entretención pura y dura en el cine, y para ceñirme a la cartelera reciente, es Transformers. O, no sé, Una Pareja Explosiva 3 ¿Entretienen? Sí. La animación digital de los robots ochenteros es notable, el sonido igual. Es tan impresionante a nivel visual que resulta, al final, imposible añorar a los antiguos juguetitos con que me pasaba horas absorto hace años. Pero igual se te queda la boca abierta con ciertas escenas. Está bien, es una película para un público, en su mayoría, infantil, que no exige a lo mejor otra cosa que estímulos básicos (aunque no soy partidario de subestimar a los niños, cada vez más astutos). Pero ¿y la tercera parte (¡madre mía!) de Una Pareja Explosiva?: Una serie de gags a la altura de un Checho Hirane gringo hilvanados con patadas voladoras, más una trama en poco superior a una porno setentera, ¿hacen de esta propuesta una suma en el terreno cinematográfico? “Pero si lo pasé muy bien”, dirá buena parte de los espectadores. Bien, no tengo nada en contra de eso. Es más, defiendo la diversión por la diversión. Pero si voy al cine –yo al menos– no puedo dejar de sentirme un poco estafado si me inyectan un cóctel de estímulos de esta naturaleza, con la misma perdurabilidad en mí que el gusto que me deja zamparme una bolsa de papas fritas, lo cual no tiene nada de malo… a menos que te acostumbres tanto a ellas que ya no seas capaz de probar y, sobre todo, apreciar, otra cosa distinta. Ahí el riesgo.

Y todo esto para hablar de otras dos películas, muy distintas entre sí, que he visto recientemente: La Vida de los Otros, que en lugar de emocionarme, como esperaba, me entretuvo mucho, y Supercool, a la cual sólo le pedía al principio que me divirtiera –cosa que sí consigue- y acabó emocionándome.

La alemana, ganadora del Oscar al mejor filme extranjero, tiene como protagonista a un espía de la Stasi algunos años antes de la caída del muro de Berlín. Wiesler –así se llama– debe escuchar cada sonido proveniente de la casa de un escritor atormentado de derecha que vive junto a su mujer, una actriz igualmente atormentada entre el amor y el arte, el adulterio y el ego –al final el mejor personaje de la historia, lejos. El asunto es que, en la medida que más va conociendo a la pareja, el aséptico espía socialista termina siendo capaz de contravenir las órdenes de sus superiores –y la patria– no queda muy claro si por amor a la actriz o porque las circunstancias lo han hecho cambiar de ideales. La historia se teje con ritmo, atmósfera, cuidados silencios, un guión de primer nivel, actuaciones potentes y una dirección muy correcta (más méritos al tratarse del debut del treintañero Florian Henckel von Donnersmarck). Por todo lo anterior, la película engancha, entretiene, se disfruta a nivel argumental, pues está tan bien engranada cada una de sus piezas que obliga al espectador a realizar un ejercicio intelectual totalmente placentero. Pero a mí –y acá cabe considerar mi absoluta subjetivad, arbitrariedad de juicio incluso- no me logró conmover. No conseguí que “me tocara”, que me iluminara ese rincón oscuro que yo pensé que iba a iluminar. Y ¿es esto un problema? No creo, pues lo pasé bien; me deleité con una buena historia. Pero ¿qué pasó con la emoción? No sé.

En este punto cabe preguntarse qué genera, qué produce al final de cuentas emoción en cualquiera de sus formas. Al repasar cada uno de los personajes de La vida… veo que no conseguí conectar con ninguno de forma personal. ¿Con la actriz adúltera? No, además es demasiado secundaria para lo que podría haber dado un personaje así. ¿Con su esposo, el poeta de derecha? Tampoco: es muy correcto, perfecto y consecuente, es muy “bueno” ¿Con el espía? Esta es la opción por la cual se la juega el director, pero el hombre que vemos al comienzo de la historia es igual de aséptico que al final de ella, entonces ¿dónde el cambio, dónde las dudas y las heridas que siempre provoca en uno cuestionarse? Resulta tan impenetrable que cuesta meterse en el corazón de él. Y yo creo que por ahí va la cosa: en ser capaz de meterse en el corazón de un personaje, que es también el propio. En sentir que a uno, dadas las circunstancias, podría pasarle también algo como lo que le ocurre al personaje. En reconocer que ese también podría ser uno.
Identificarse. Esta sería quizás la palabra. Y claro, cada uno se identifica con quien le plazca, pero ¿hacerlo con un robot que se convierte en camión, con un bobalicón norteamericano de origen oriental bueno para los combos, con un poeta que no deja de defender “el arte” ni aunque eso le cueste su matrimonio, o con un espía que no es capaz de espiarse muy adentro de sí mismo? Si tuviera que elegir, me quedo con el robot. Pero, como es una cuestión tan personal, no digo mucho más al respecto… Sin embargo, me llevé una tremenda sorpresa al ver hace un par de días Supercool, una comedia trágica adolescente a lo American Pie pero que no se queda entrampada en la onanista estupidez gringa; a lo Ghost World, pero en versión masculina. Yo sólo quería, esta vez, divertirme un momento. Con lo que no contaba era con que, además, los tres perdedores a punto de salir del colegio que protagonizan esta película, Evan, Seth y McLovin, iban a quedarse adentro mío por un buen tiempo seguramente. Porque yo también me sentí uno de ellos. Porque yo también tuve que lidiar –tengo que lidiar todavía en la pega, en la calle, en el metro, en todos lados– con los matones del curso. Porque más de alguna vez –casi todas– no fui capaz de encontrar las palabras adecuadas para decirle a la chiquilla que me gustaba otra cosa que no fuera una imbecilidad vergonzante. Porque no es fácil ser hombre, y que te lo vengan a demostrar unos mocosos con espinillas por lo menos te hace bajar la guardia un momento para preguntarte por la amistad, por el paso del tiempo, por los cambios que debemos enfrentar en cada etapa y por el significado del amor y del sexo. No voy a contar el argumento –para eso hay mil páginas más en Internet–, pero si les voy a advertir que tras su apariencia de comedia juvenil, se esconde un drama adulto, y tras cada personaje, nos escondemos muchos de nosotros… y las más auténticas emociones siempre tienen que ver con algo que está adentro de uno mismo, tan adentro que cuando sale puede hacerte daño, pero también hacerte bien.

Alejandro Aliaga

FICHAS:
SUPERCOOL
Titulo original: Superbad
Dirección: Grez Mottola
País: USA
Año: 2007
Género: Comedia
Elenco: Jonah Hill (Seth), Michael Cera (Evan), Christopher Mintz- Plasse (Fogell), Bill Hader (Oficial Slater), Seth Rogen (Oficial Michaels), Martha MacIsaac (Becca), Emma Stone (Jules), Aviva (Nicola), Kevin Corrigan (Mark)
Guión: Seth Rogen y Evan Goldberg
Duración: 114 minutos
Calificación: Mayores de 14 años

LA VIDA DE LOS OTROS
Titulo Original: Das Leben Der Anderen
Dirección y guión: Florian Henckel von Donnersmarck
Origen: Alemania
Año: 2006
Elenco: Ulrich Mühe (Capitan Gerd Wiesler), Martina Gedeck (Christa- Maria Sieland), Sebastián Koch (Georg Dreyman), Ulrich Tukur (Antón Grubitz), Thomas Thieme (Ministro Bruno Hempf)
Duración: 138 minutos
Género: Drama
Calificación: Mayores de 14 años

1 comentario:

julio dijo...

como escribio cerati en una de sus canciones de soda:
"lo que seduce nunca esta donde se pìensa..."

saludos