Segunda noche del Festival. 21.30 horas. Ya no quedan muchas butacas disponibles, así es que con Cindy nos aseguramos dos que están demasiado cerca de la pantalla, pero no importa, total no hay que leer subtítulos. A ninguno de los dos nos gustan mucho las películas latinas. Una cuestión de prejuicios, supongo. O la terrible, insana y persuasiva influencia del mainstream gringo que nos ha lavado el cerebro. Quién sabe. A lo mejor es hasta la ridícula idea de encontrarse con una especie de telenovela donde todos hablan cantadito… O quizás sea esa sensación de ver historias repetidas, donde los latinoamericanos tendemos a mirarnos el ombligo, a tocar los mismos temas de siempre: la marginalidad, nuestros traumas relacionados con múltiples y cruentas dictaduras militares, las drogas y la violencia que siempre se desarrolla en calles oscuras y barrios de baja estofa, con garabatos, coa ininteligible y mujeres desnudándose hasta por si las moscas…
Comienza la película y me doy cuenta que el estado de la copia es menos que regular, pero a poco andar, no importa. Es verdad, la violencia, el sexo, los excesos morbosos del cine latinoamericano en general están presentes. Los barrios bajos, las calles oscuras, la desesperanza y la desilusión se palpan, se huelen, se sienten, engrifan la piel en cada escena y secuencia. Pero Satanás se deja ver con interés, con furia, con cierta pasión. Satanás está presente en cada segundo del metraje, en la condena predestinada de cada uno de los personajes, en sus actos, omisiones, venganzas y emociones. Desde la primera notable secuencia de la iglesia, cuando el padre Ernesto (Blas Jaramillo) intenta consolar a la acongojada Alicia, madre de tres hijos hambrientos que luego de los consejos del padre, decide asesinarlos y regresar a la iglesia, embadurnando de sangre la imagen de un santo. De ahí en adelante, se desencadenará una vorágine de hechos que se desarrollarán tres líneas paralelas. Por una parte, Eliseo (Damián Alcázar), un profesor de inglés con un oscuro pasado como militar en los Estados Unidos, que vive con su madre y es un obsesivo por la limpieza. La negativa a colaborar con una colecta del edificio donde vive y el enamorarse puerilmente de una de sus alumnas, serán los detonantes de una espiral en mortal descenso. Por otra parte, el padre Ernesto que comienza a dudar de su fe y buenas intenciones luego del crimen de Alicia y por último, Paola (Marcela Mar) una joven que seducida por el dinero, acepta trabajar con un par de estafadores, conquistando tipos con dinero para luego drogarlos y robarles.
Si bien las historias de Eliseo y Ernesto tienen ciertos puntos en común, lo que hace bastante interesante la trama, la aventura de Paola corre en solitario paralelo, convirtiéndose casi en otra película hasta que casi forzosamente se une con las otras dos historias casi al final de los 90 minutos de esta película que sorprende por sus excelentes actuaciones, especialmente la de Damián Alcázar que nos da una brillante interpretación de Eliseo, quien lentamente va convirtiéndose en un monstruo con todas sus letras. Una magnífica performance de este actor mexicano que logra imprimir al principal personaje de la cinta el peso que requiere. Esto, sin desmerecer el trabajo de Blas Jaramillo (recientemente fallecido a los 39 años) y de Marcela Mar, además de algunos secundarios que logran hacer creíble estas historias atravesadas por la desilusión y la violencia, representada en secuencias que logran sensibilizar al público, aunque no sé hasta qué punto eran tan necesarias.
Ahora, que el título no asuste a los ateos ni adherentes de otras religiones menos represivas que la católica. Se trata simplemente de una representación de la suma de nuestras decisiones, de cómo nuestro destino puede cambiar con simples cambios en el camino, los que a veces no tomamos, dejándonos llevar por el instinto puro que muchas veces, nos traiciona, en medio de una vorágine llamada vida en la que en general no hay redención ni vuelta atrás; sólo nos queda avanzar hasta el final y aceptar nuestro destino, por cruel, oscuro y triste que este sea, como en una buena tragedia griega.
No es una película para tener en un panteón, pero si vale la pena verla. Por lo menos, sales del cine con un nudo en el estómago y la sensación certera de haber visto algo que te conmovió, que logró hacerte pensar un poquito acerca del bien y el mal, sin importar cuál sea nuestra ética o moral ni de qué lados nos pongamos de acuerdo a conveniencias momentáneas.
Bien por el cine colombiano. Una interesante película que a pesar de seguir los mismos parámetros de sus contemporáneas, logra aportar algunos interesantes y prometedores detalles en un film que de seguro, no deja a nadie indiferente.
LA PELICULA
Satanás
(Satanás)
2007
95 minutos
Dirigió y escribió Andrés Báiz (basado en la novela homónima de Mario Mendoza)
Produjo Rodrigo Guerrero
Música de Ángel Milli
Fotografía de Mauricio Vidal
Editó Alberto del Toro
Actuaron Damián Alcázar, Blas Jaramillo, Marcela Mar, Teresa Gutiérrez, Martina García, Marcela Valencia, Andrés Parra, Isabel Gaona y varios extras colombianos haciendo de vagabundos infelices…
Comienza la película y me doy cuenta que el estado de la copia es menos que regular, pero a poco andar, no importa. Es verdad, la violencia, el sexo, los excesos morbosos del cine latinoamericano en general están presentes. Los barrios bajos, las calles oscuras, la desesperanza y la desilusión se palpan, se huelen, se sienten, engrifan la piel en cada escena y secuencia. Pero Satanás se deja ver con interés, con furia, con cierta pasión. Satanás está presente en cada segundo del metraje, en la condena predestinada de cada uno de los personajes, en sus actos, omisiones, venganzas y emociones. Desde la primera notable secuencia de la iglesia, cuando el padre Ernesto (Blas Jaramillo) intenta consolar a la acongojada Alicia, madre de tres hijos hambrientos que luego de los consejos del padre, decide asesinarlos y regresar a la iglesia, embadurnando de sangre la imagen de un santo. De ahí en adelante, se desencadenará una vorágine de hechos que se desarrollarán tres líneas paralelas. Por una parte, Eliseo (Damián Alcázar), un profesor de inglés con un oscuro pasado como militar en los Estados Unidos, que vive con su madre y es un obsesivo por la limpieza. La negativa a colaborar con una colecta del edificio donde vive y el enamorarse puerilmente de una de sus alumnas, serán los detonantes de una espiral en mortal descenso. Por otra parte, el padre Ernesto que comienza a dudar de su fe y buenas intenciones luego del crimen de Alicia y por último, Paola (Marcela Mar) una joven que seducida por el dinero, acepta trabajar con un par de estafadores, conquistando tipos con dinero para luego drogarlos y robarles.
Si bien las historias de Eliseo y Ernesto tienen ciertos puntos en común, lo que hace bastante interesante la trama, la aventura de Paola corre en solitario paralelo, convirtiéndose casi en otra película hasta que casi forzosamente se une con las otras dos historias casi al final de los 90 minutos de esta película que sorprende por sus excelentes actuaciones, especialmente la de Damián Alcázar que nos da una brillante interpretación de Eliseo, quien lentamente va convirtiéndose en un monstruo con todas sus letras. Una magnífica performance de este actor mexicano que logra imprimir al principal personaje de la cinta el peso que requiere. Esto, sin desmerecer el trabajo de Blas Jaramillo (recientemente fallecido a los 39 años) y de Marcela Mar, además de algunos secundarios que logran hacer creíble estas historias atravesadas por la desilusión y la violencia, representada en secuencias que logran sensibilizar al público, aunque no sé hasta qué punto eran tan necesarias.
Ahora, que el título no asuste a los ateos ni adherentes de otras religiones menos represivas que la católica. Se trata simplemente de una representación de la suma de nuestras decisiones, de cómo nuestro destino puede cambiar con simples cambios en el camino, los que a veces no tomamos, dejándonos llevar por el instinto puro que muchas veces, nos traiciona, en medio de una vorágine llamada vida en la que en general no hay redención ni vuelta atrás; sólo nos queda avanzar hasta el final y aceptar nuestro destino, por cruel, oscuro y triste que este sea, como en una buena tragedia griega.
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