Comencé a ir al cine con frecuencia el año ‘87, simplemente porque había una chica que me atraía y ella tenía la costumbre de ver películas los jueves, cuando la entrada estaba rebajada. Yo, tratando de engrupir, quise aprovechar la instancia para estar cerca de ella y ver si saltaba la liebre, pero nunca pasó nada. Lo que sí le agradezco a esta chiquilla es que su belleza y mi calentura gatillaron este agradable vicio por el séptimo arte.
Claro está que en esa época yo era un niño de pecho y me interesaban más las comedias y las películas de acción. Como aprovechábamos todas las baratas que había en las tres salas que había en Antofagasta en aquella época, mis amigos y yo fuimos a parar al Cine Rex a disfrutar de sus famosos rotativos triples, esos que te dejaban con le poto acalambrado y los ojos cuadrados de tanto ver películas. Y fue en una de esas tardes mañosas que me encontré por primera vez en mi vida frente al hermético cine de Stanley Kubrick. Como muchos, fui víctima del síndrome Naranja Mecánica, desde aquel momento en que Malcom McDowell en el rol del perverso Alex DeLarge abre la cinta con la célebre frase “Estábamos yo, Alex y mis tres drogos, Pete, Georgia y Dim…”.
No sé si es la mejor película de Kubrick, pero sí la más efectiva, cruda y política. Para los doctos, 2001, Barry Lindon o Full Metal Jacket pueden ser las obras cumbre de este extraordinario realizador y en cierta medida, estoy de acuerdo, pero la Naranja tiene sus gracias y por supuesto, sus fans incondicionales, todo ello también en gran medida propiciado por el excelente libro de Anthony Burgess, que años después tuve la suerte de leer en inglés.
Los ingredientes son interesantes. Kubrick, que también fue el guionista, tuvo la facultad de traspasar el libro de Burgess a la pantalla sin dejar de lado el trasfondo político y la ácida crítica social, convirtiendo al pervertido y violento Alex en casi un ejemplo a seguir, un sucio delincuente adicto a la leche con drogas, violador, asaltante y ególatra maniaco que de todas maneras tiene la oportunidad de redimirse y más aún, al final, de convertir la violencia en una apología al ser humano común y corriente.
En el fondo, es inevitable sentirse atraído por la magnética figura de DeLarge, correctamente interpretado por McDowell. Un observador feroz de la realidad atroz que lo rodea, pero a diferencia del héroe del caso, Alex no quiere cambiar el mundo ni convertirlo en un lugar mejor. Despiadado y sin ningún control sobre sus actos, instintivo y feroz, se regocija en la misma mierda que ha heredado de la sociedad toda, transformándose en un producto concreto de sus tendencias amorales y del entorno, mutando en un ser escasamente redimido, abrumado y castigado por el mismo sistema que lo ha creado, cual moderno Frankenstein lanzado otra vez al frío exterior, esta vez armado con arrepentimiento y represión, con falsa modestia y la sin razón de ser una persona normal. Y es el mismo sistema el que otra vez lo redime, el que libera una vez la mariposa de su pupa, nuevamente bella y quizás hasta más despiadada y feroz que antes.
Un personaje brillante para un film brillante, plagado de secuencias antológicas, como la pelea de Alex y sus amigos en un teatro abandonado, contra una pandilla rival, violencia explícita y desaforada coreografiada por el bueno de Beethoven; la escena de sexo con dos chicas en la habitación de Alex, esta vez con el William Tell de Rossini acompañado el ritmo desenfrenado de una diminuta porno en cámara rápida; la desagradable golpiza al anciano bajo en un túnel, a contra luz… la humillación de Alex frente a policías y médicos luego de pavloviano tratamiento al que es sometido para “curarlo” y por supuesto, la genial secuencia de la violación en la casa kitsch del escritor, con McDowell dándole un sentido totalmente distinto y perverso a Singin’ in the Rain, canción que fue propuesta e improvisada por el mismo actor dado que era la única que se sabía de memoria…
A veces, hasta me parece una película educativa, una de esas que deberías mostrarle a los cabros chicos para que sepan lo que es violencia y sus consecuencias, aunque claro está, no habría que mostrarles el final… De todas maneras, un film legendario, iniciático, Kubrick en una faceta que quizás sólo repitió en Full Metal Jacket, esa mirada tan especial que tuvo para enfocar la violencia hasta lograr que de verdad nos provoque asco y no agrado como ocurre con la mayor parte de las pelis gringas. Se nota la mano del maestro y su gusto exquisito por la degradación humana, pero sobre todo, por atreverse a indagar dentro de la psiquis de la juventud de la época que perfectamente puede ser la juventud de la nuestra, esa enceguecida por el regatón, los programas de farándula, la pasta base, las zapatillas caras y la necesidad suplicante de una guía real y no de palabritas sacadas de la biblia. Una delicia para los verdaderos amantes del cine y un recuerdo más que grato de mis primeros encuentros con el cine de verdad, ese que aún me deja boquiabierto y hasta esperanzado…
Repítasela. La puede encontrar en DVD y hasta en el cable de repente. Un clásico con todas sus letras y de esos inolvidables…
FICHA TECNICA
La Naranja Mecánica
(Clockwork Orange)
1972
131 minutos
Dirigió, produjo y escribió Stanley Kubrick, sobre la novela homónima de Anthony Burgess
Fotografía de John Alcott
Editó Hill Butler
Música de Walter Carlos (bueno… ahora es Wendy Carlos)
Actuaron Malcom McDowell, Patrick Magee, John Marcus, Michael Tarn, Warren Clark, Adrienne Corri, Michael Bates, entre otros...
La Naranja Mecánica
(Clockwork Orange)
1972
131 minutos
Dirigió, produjo y escribió Stanley Kubrick, sobre la novela homónima de Anthony Burgess
Fotografía de John Alcott
Editó Hill Butler
Música de Walter Carlos (bueno… ahora es Wendy Carlos)
Actuaron Malcom McDowell, Patrick Magee, John Marcus, Michael Tarn, Warren Clark, Adrienne Corri, Michael Bates, entre otros...
No hay comentarios:
Publicar un comentario