3.20.2015

Hasta siempre, extraterrestre dividido...

Tuve que esperar una semana para digerir la noticia de la muerte de Christopher David Allen; hay cosas que no asumo de buenas a primeras y si bien, desaparecer de este mundo es algo para lo que nacimos y creo que debemos tomarlo de la manera más natural posible, hay algunas partidas que me afectan más ya que a pesar de nunca haber conocido ni estado remotamente cerca de Daevid Allen, su música, sus locuras, su forma de ver la vida me ha acompañado por tres cuartas partes de mi vida...

Y es que era un pendejo de trece años que recién comenzaba a paladear el rock progresivo y todas sus expresiones cuando cayó en mis manos (gracias a mi hermano DJ Pejerrey) un casete de Gong, específicamente el Live, etc de 1977. Jamás en mi perra vida había escuchado semejante desfachatez musical (hasta que poco después me encontré con Zappa y Arthur Brown) liderada por la voz nada armoniosa de este clown flaco y desgarbado que había logrado lo que muchos sólo habían aspirado: convertir la música sicodélica en un verdadero viaje por sensaciones y emociones, en un marasmo orgiástico de notas, melodías y secuencias que iban de lo épico a lo más experimental, sin dejar de lado el humor e intrincadas secciones que asombran aún por su potencia enajenada y composición de magnífica calidad.

Así comenzó este pololeo con Gong y con el inefable Daevid Allen, un personaje de la música alternativa que fue capaz de reunir en sus proyectos (casi siempre junto al amor de su vida, Gilli Smyth) a una nada despreciable cantidad de músicos de diversos países, pero cuál de ellos dotado de más talento y locura, conformando con ellos las distintas etapas de su carrera, incluso hasta el 2014 cuando la banda editó el potente I See You, en fechas en que el cáncer ya se convertía en una amenaza para su vida.

Uno quiere creer que personas como estos no van a morir. Su desplante en el escenario, escuchar la voz inalterable a pesar del paso de los años, su talle de viejo choro y en ácido eran elementos que lo convertían más en un personaje como los que plasmó en sus discos, que en un músico cualquiera. 

Me extrañó que mediáticamente su deceso no fuera más comentado e incluso analizado, considerando su influencia y la de Gong en la historia del rock desde comienzos de los 70 a la fecha; la trilogía Radio Gnome Invisible es una piedra angular para todo aquel músico que se precie de gustar de la sicodelia de los 70, pero claro está, las percepciones son tan parciales y sesgadas que dentro de mi pequeño mundo y el de mis amigotes progresivos, la partida de Allen es el fin de una época, no así para muchos de aquellos que se precian de melómanos y que devanean sobre tópicos si bien interesantes, pero poco profundos y hasta repetidos hasta el hartazgo. Quizás por ello, el deseo de rememorar el momento en que escuche los primeros y alucinantes minutos de You Can Kill Me, o sentí el pecho comprimido al escuchar Master Builder o no supe qué sentía concretamente mientras los parlantes disparaban ráfagas de Isle of Everywhere, mientras me iba alimentando de las leyendas lisérgicas de Monsieur Allen y compañía, recorriendo con la oreja abierta cada detalle de su discografía junto a su hijo predilecto, Gong, o en otras mescolanzas en las hizo de solista junto a varios de sus cercanos, y en donde destaca el desgarbado Bananamoon, el brillante Good Morning!, N'existe Pas! o más recientemente Stroking the Tail of the Bird, sin olvidar aquella entrañable rareza musical experimental que es University of Errors.

Si Allen hubiese sido menos talentoso, crítico, visceral y descontrolado, probablemente su música lo hubiese llevado a convertirse en uno de los grandes ídolos del pop o del rock de los 70. Afortunadamente, su cerebro y alma iban por otros caminos, más difíciles de recorrer, pero más plenos en cuanto a creatividad... Por eso esto humilde homenaje de un simple periodista adicto a la música, que en muchos momentos de su vida tuvo a Allen y Gong como parte de la banda sonora de su vida y que siente que hoy, hay un gran vacío en la música sicodélica y experimental con la partida de Dingo Virgin al mundo etéreo de las teteras voladoras (que Florcita Motuda copió descaradamente para sus programas infantiles de comienzos de los 80), dejando un legado quizás subterráneo, pero no por ellos menos importante e imponente, refrendado por quizás pocos pero fieles fans que encontraron en su música la iluminación que buscaron ansiosamente sin hallarla en ninguna otra parte...

No menos importante: Allen fue el co-fundador de otra banda que es inevitable no mencionar en la historia del rock como fue Soft Machine, lo que realza aún más el tamaño gigantesco de este pedazo de músico, poeta, cantante y compositor que agitó el mundo de la música desde los años 60 en adelante.

Por eso, hasta pronto y nos seguimos escuchando, Extraterrestre Dividido...